El calor aprieta en Elda, un martes cualquiera de junio, y con él, la invasión de las piscinas privadas en todas mis redes sociales. Parece que de repente todo el mundo ha decidido sacar sus gafas de sol último modelo y los flotadores con forma de flamenco.
23-06-2025 Juan Justamante
Las fotos, una tras otra, no paran de aparecer en mi feed de Facebook e Instagram: aguas cristalinas que prometen alivio, bordes infinitos que se funden con el horizonte, y gente sonriendo, despreocupada, como si el único problema del mundo fuera elegir entre una piña colada o un mojito, gente tumbada en plena siesta bajo la sombra de una buena higuera.
Es inevitable sentir esa punzada de envidia sana, ¿sabes? Esa que te recuerda que tú estás aquí, con el ventilador a toda potencia intentando simular una brisa marina, mientras otros ya están dándose sus chapuzones de temporada estival. Pero más allá de la envidia, lo que realmente me golpea es una frustración familiar: la de no tener un «campico».
Esa palabra, «campico», encierra tanto para mí. No es solo una parcela con tierra; es la idea de un refugio propio, un pedacito de tranquilidad donde poder montar una piscina, una balsa de toda la vida, encender una barbacoa o unas sardinas sin molestar a nadie, o simplemente escapar del asfalto cuando el termómetro se dispara. Las fotos de piscinas ajenas no solo muestran agua; muestran libertad, espacio y esa capacidad de decidir cuándo y cómo refrescarse sin depender de horarios de piscinas públicas o tener que buscar un hueco entre la multitud.
Y es que mi «campico» es un anhelo que no descansa. Si en invierno ya lo envidiaba por ese fuego de leña en la chimenea y también por el cultivo de habas, tomates, pepinos y berenjenas frescas, y como no, la oportunidad de hacernos una gachamiga clásica acompañada con carne a la brasa, al aire libre, con amigos y familiares, ahora con la llegada de este calor sofocante, la ausencia de una balsa o una piscina propia ya me corroe el alma. Es el deseo de tener ese rincón donde la vida se ralentiza, donde el frescor está garantizado y donde se pueden crear recuerdos sencillos, tanto en el frío como bajo el sol abrasador.
¿Será que estas imágenes son un recordatorio de lo que deseamos, o simplemente una forma sutil de decirnos que el verano ya está aquí, en todo su esplendor, invitándonos a saltar sin pensarlo dos veces… si tuviéramos dónde?